Alborada en Tetuán.A Maribel Jiménez
Tetuan, cierta alborada de dos mil y pico
Por: Ahmed Mgara
La mañana andalusí de Tetuán se acababa de despertar de la resaca de la noche anterior, la manta gris de su lecho estaba revuelta y dispersa sobre su vencido y desvanecido cuerpo. Tetuán se resistía a reincorporarse al despertar mientras la túnica enlutada de su noche emprendía camino hacia las cumbres lejanas de las montañas maldiciendo su azar.
Las calles estaban aún rociadas con olor a jazmín, y la timidez del perfume primaveral que envolvía las ramas de los árboles revoloteaba en sincronizada armonía con los plácidos cantos de los andalusíes jilgueros.
Mi soledad, perdida entre los sueños desamparados de la edad y las oquedades que da la añoranza, sobrevolaba los resbaladizos adoquines de mi secular Tetuán. Mis pensamientos se enrejaban en los saltos de época a otra, perdiéndose entre el enjambre de las desperdigadas hojas del calendario.
Llegando al Feddán perdí los pocos estribos que aún poseían mis alforjas, se me clavaron los colores que antes relucían con sus surcos en el iris inundándolo de policromas y cristalinas lágrimas. La alfombra, de barro multicolor, llenaba mi alma de luz y de versátiles formas edénicas.
Los azulejos que aún conservaban su magia se contaban las historias de su mocedad más lejana, contaban de amores olvidados o desgastados por las edades, hablaban de sueños de generaciones que se hicieron olvidar en el paraninfo de las décadas. Recordaban promesas de amor eterno hechas por amantes enardecidos por los deseos, de besos robados bajo los naranjos y de caricias que nadie conseguía ver, de tanta lucidez pasional.
Nardos y naranjos se suben a una carroza llena de romero y emprenden el camino hacia otros jardines de los alrededores. En la magia del Feddán tienen su aposento, de ello doy fe porque fui testigo.
Del Café Madrid se vislumbraba la puerta, tímidamente entreabierta, y de la que se escapaba un filón de luz que se dejaba caer sobre la mugrienta acera. De allí procedía el eco de la magistral voz de Juanito Valderrama mientras sonaba su « El emigrante ».
Las palmeras y los naranjos empezaron a arrodillarse ante la majestuosidad del día que se avecinaba acerándose con el plácido manto que dibujaba el vuelo de las golondrinas. Palmeras y naranjos saben del juramento de amor eterno que le hice al Feddán en el púlpito de su magia.
« Tú eres el Feddán, y barro quisiera ser para las palmas de tus manos », le dije en tenue voz a la plaza donde anidé la inocencia de mi infancia.
Me metí en el serpentín de la calle Zauya para recordar los pasos de mi niñez. Los nombres de los vecinos se borraron y otros dueños aparecieron. Surgió, como un nardo, la blancura del Blanco Riad, antigua residencia de notables gentes de mi tierra, coronando las enceradas huellas de cal blanquecina.
Los almuecines de los santuarios de la plaza invitaban al rezo del alba. Se calló el canto angelical de los pájaros y Tetuán empezaban a resurgir, sobre sus cenizas, un día más.